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Interstellar (Christopher Nolan, 2014)

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Recuerdo que después de Origen (2010), sin razón alguna, quizás un pálpito, me entraron unas ganas incontrolables de volver a ver 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968). Esa noche me fui a dormir muy tarde después de una doble sesión de cine épico, enigmático y con delirios de grandeza. Hablando del Origen, un amigo profesor me comentaba el grave complejo de inferioridad que debía tener el cineasta británico para buscar “el más difícil todavía” film tras film. Lo que empezó con una película de poco más de una hora filmada en 16mm ha derivado en una megaproducción interestelar exhibida en formato IMAX. Las ansías de un cineasta acomplejado que quiere dominar el tiempo, el espacio y la emoción. Las ansías de un cineasta acomplejado que quiere trascender haciendo del entretenimiento algo serio y profundo pero que ante tanto flash y sonido THX se queda en cierto postureo, pero que sabe de que habla. Nolan ha querido viajar más allá de 2001 para dar con muchas respuestas y ofrecer algunas teorías a como dentro de poco por culpa de la contaminación y el cambio climático la única opción viable será vivir en tubos inmensos en medio del universo.

Christopher Nolan nos llevó al límite de la tensión y la emoción con esa no tan sencilla decisión de a que barco salvar, si a los civiles, a los presos o a ambos, en El caballero oscuro (2008). Su épica le llevo a tener que salvar toda una ciudad en la tercera entrega de Batman, La leyenda renace (2012). Y, por si fuera poco, entre medias se sacó un melodrama espaciotemporal donde quería salvar hasta la vida en sueños, pero los sueños, sueños son. Así que volviendo a la tierra, y tras cumplir con creces el renovar la historia del superhéroe de DC Comics, Nolan lleva a un punto de no retorno su cine. Lo único que le quedaba por salvar en su filmografía era la tierra, y se ha puesto manos a la obra.

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Esquematizando, el cine de Nolan trabaja a varios niveles, por este orden de importancia: el emocional (que implica la épica), el (de)constructivo espacio-temporal (que implica el desarrollo narrativo) y el intelectual (que implica la seriedad y la gravedad de todo aquello que narra). En Interstellar, el cineasta ha llegado a la máxima de estos “elementos” que ha ido desarrollando película a película. Ya no queda nada más épico que salvar a la humanidad a través de la historia entre una padre y una hija que se comunican a través del tiempo y del espacio gracias a conocimientos científicos que solo la NASA es capaz de explicar. Y, la verdad es que si Nolan ha llegado a hacer tan grandilocuente y pretenciosa (aunque no se note mucho) propuesta es porque se lo ha ganado. La película, con unos picos de emoción (gracias a un impecable trabajo de sonido) hacen vibrar la butacas de la sala. La historia, que busca cerrar todos los hilos planteados, a cada cual de la manera más espectacular posible, convence y sorprende ante cada nuevo escenario al que se tiene que enfrentar. Si hubiese visto esta película siendo más joven, con unos diez o trece años, habría salido del cine fascinado y recomendándosela a todos mis amigos del patio del colegio. Pero uno ya empieza a tener una edad en la que se cuestiona todo lo que ve, y mira al pasado para comprender el presente y así intentar buscar respuestas para el futuro:

Interstellar es una película que ofrece lo que ambiciona y no defrauda, pero deja un regusto a que no hay nada nuevo bajo el cinturón de Orión, que no es tan gran película como su carcasa de acero y metal puede hacer parecer. ¿Por qué? Puede que porque el género de ciencia-ficción, al igual que el de terror, está tan codificado que no hay imagen que no tenga un referente claramente identificable. [Todavía espero una película sci-fi realmente innovadora]. Y por ello, el film de Nolan, pese a estar bien construido, emocionar y hacernos vivir, por momentos, una increíble aventura, no ofrece nada nuevo. Más bien, nos retrotrae a la épica de otros films que si han hecho historia. Interstellar es un film antiguo, pero que genera un discurso de hacia donde va el cine mainstream de autor (si, hoy podemos llamarlo así) en los tiempos que corren.

¿Por qué Interstellar es un film antiguo? Porque su estructura dramática-narrativa es un calco (acomodado al cine y sociedad contempo(p)ráneas) del primer cine narrativo que partía de las novelas burguesas de antaño y que D.W. Griffith llevó a la época con dos films institucionales como El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916). Ya en ellos está la narración paralela, el juego espacio-temporal y el rescate en el último minuto, emblema del cine de Nolan pero que en Interstellar queda reducido al hueso digital, donde encontramos los polvos del celuloide de principios de siglo. El segundo(s) film(s) emblemático(s) que comenzó a dinamitar desde dentro ese clasicismo, no para quebrarlo, sino para establecer una autoría detrás de sus imágenes fue la mítica La diligencia (1939) y Centauros del desierto (The Searchers, 1956), ambas de John Ford. Otro calco que encontramos en el paraje desértico en el que vive nuestro protagonista, especialmente cuando esa cámara empuja a su hija fuera del hogar siguiendo a su padre, de la misma manera que la cámara empujaba a la madre de Ethan Edwars cuando este llegaba a casa al comienzo de Centauros del desierto. Aquí se invierten lo roles pero se juega a lo mismo. Tanto el personaje de John Wayne, como el Cooper de Matthew McConaughey realizarán un largo y melodramático viaje con la finalidad de reencontrar a un ser querido, pero el resultado del mismo no será lo que ellos esperaban.

La épica y la epopeya norteamericana, la representación de sus valores, el mito de la nación. Esto que se encontraba en las llanuras del Oeste dio un cambio de rumbo gracias a un hueso lanzado al espacio y un extraño monolito en 2001: Una odisea en el espacio. Hija de su tiempo, 1968, hija de la modernidad y anticipo de esa “muerte del cine” post sesentayochista. Los ideales y la épica se volvieron en contra de la representación americana, subordinada a las intenciones de un malvado ordenador e incógnitas frías, más frías que la guerra entre consumismo y comunismo (y la resolución de esa incógnita estaba que si cambiábamos las letras de orden la palabra era la misma pero en plural: consumismo = comunismos). La idea de comunidad (al servicio del consumo) que tanto defienden los valores norteamericanos tras la caída del muro. Y tenía lo que tenía que pasar. Los cowboys del oeste se convirtieron en Space cowboys (2000) de la mano de un inteligente e irónico Clint Eastwood donde son veteranos ya retirados quienes tienen que volver al espacio para salvar a la tierra del desastre. Se recuperó el clasicismo de la épica pero con un toque de humor y nostalgia siendo consciente que volver atrás no es una posibilidad y la guerra fría una….

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Pero Nolan (británico) es un tipo serio, que aspira a ser uno de los grandes. Decide tomar estos (y más) referentes para recuperar aquella épica perdida y los valores del héroe norteamericano. Y poner nombres que trascienden y dicen por si mismos: Cooper (Copérnico), Dr. Mann (Thomas Mann), Brian (Brian Green), etc., por poner un ejemplo de hasta donde llega la seriedad y voluntad de crear una obra relevante y profunda.

Pero el enemigo ya no son las razas, ni los indios, ni las máquinas ni los objetos que pululan por el espacio. Ahora el enemigo es invisible, es algo provocado por el hombre pero que ya no tiene fisicidad, el mal es invisible e incontrolable. Y por lo tanto la única posibilidad que nos queda es huir a otro planeta, la victoria es inútil.

Y esto lleva a otro punto de interés en Interstellar, pero que sigue manteniendo ese punto de película intrascendente que quiere recuperar la vieja épica. Si retrocedemos unos años en el tiempo podemos recordar el auge de películas apocalípticas que se nos echaron encima: Melancholia (Las Von Trier, 2011), 4.44 Last Day on Earth (Abel Ferrara, 2011), Take Shelter (Jeff Nichols, 2011) o This is the end (Seth Rogen y Evan Goldberg, 2013), entre otras. Lo común en todas ellas era su mirada intimista y con los pies en la tierra ante un final incierto pero inevitable. Nolan quiere reinventar el género devolviéndolo al espacio, salvando al mundo y resolviendo cualquier atisbo de duda, tanto en los planeamientos como en la trama, cerrando cada hilo (pero dejando ese pequeño final abierto tan suyo y del cine contemporáneo, ese final que denota el cierto postureo comentado). Para ello no duda en recoger cada pieza que ha hecho grande al género de ciencia ficción y pasarla bajo el FEEM, Filtro Épico-Emocional Nolan. Hasta Futurama, la serie de Matt Groening, tiene sus ecos aquí. En el capítulo La suerte del Frylandés, Fry descubre al final del capítulo tras veinte minutos de dudas y odio, que su hermano le había puesto su nombre a su hijo, siendo éste la primera persona en llegar a Marte y, por tanto, un héroe nacional (durante el episodio Fry pensaba que su hermano le había robado el nombre, y el trébol de la suerte, antes de lograr tal gesta). Como la sorpresa que se lleva Cooper al final del film cuando la estación lleva su apellido, pero no por él, como él piensa, sino por su hija, quien gracias a él (como gracias al trébol de Fry) ha logrado el hito que ha salvado a la humanidad.

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Y a esto se reduce el Interstellar de Nolan, a una estrategia narrativa de una cómica serie de televisión que ha hecho más para revivir la ciencia ficción que la mega producción con ínfulas de transcendentalismo malickiano que se ha marcado el cineasta británico. Por el camino, queda el Alien de Riddley Scott (ahora un humano interpretado por Matt Damon), Stalker (1979) y Solaris (1972) de Tarkovski (esos fantasmas espacio-temporales o el viaje a lo desconocido en busca de una nueva naturaleza que tenga la respuesta), y otros emblemas de la ciencia ficción, que como el film de Kubrick, y ahora el de Nolan, son películas de su tiempo. Y ahora estamos en un tiempo que necesita de héroes. Héroes serios, como los de la fábrica Nolan, y por lo que éste está criticando el auge masivo de Vengadores y mutantes con más ganas de entretener que de trascender. Porque para Nolan los héroes están para convencernos de que podemos ser salvados de una realidad catastrófica, no para comer palomitas mientras vemos a Hulk combatiendo seres de otro planeta mientras hace una gracia. Se abre un interesante debate acerca de hacia donde puede derivar el cine de ciencia-ficción y héroes (del espacio) de aquí en adelante. (Esperemos que con una verdadera innovación del género). Aunque Nolan se ha empeñado en zanjar tal cuestión de manera rotunda con una película que quiere ser definitiva para el cine y para la humanidad.

PS: Pedir disculpas si en mi discurso he estado tan “pasado de rosca” (expresión que leí en otra crítica y me hizo mucha gracia) como el personaje de Matthew McConaughey, pero para defender un discurso de esta manera hay que estarlo, si no el film de Nolan no sería tan convincente ni emotivo.

Tras licenciarse en Comuncación Audiovisual por la Universitat Jaume I y estudiar dos masters en Barcelona en las especialidades del documental (ECIB) y cine contemporáneo (UPF), Adrián realizó un proyecto artístico comisionado por el Ayuntamiento de Castellón y que fue exhibido en diferentes exposiciones de la ciudad. Al mismo tiempo ha realizado diferentes cortometrajes de videoarte y documental experimental que han participado en festivales en diferentes países y escrito artículos sobre cine en revistas especializadas y capítulos de libro. Actualmente se encuentra residiendo en Corea del Sur.

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